sábado, 24 de septiembre de 2011

Querer entre líneas.

Siempre estabamos juntos, demasiado juntos, y sin embargo, nos burlabamos de las parejas asqueantemente empalagosas y cursis. Nada de diminutivos, de voces estúpidamente tiernas al hablar, de peleas ridículas por quién corta el teléfono primero. Nos queríamos entre líneas. O al menos lo quería entre líneas.
Y hoy, acostumbrada a la inmadurez adulta de la solemnidad, me encuentro con que me deja, sola, con un par de frases prefabricadas, léase "se desgastó".
Para él es muy fácil. De aquella seriedad, justicia y equilibrio a los que nos acostumbró nuestra historia, se sirve para recitar su epílogo igualmente serio, justo y equilibrado.
A mi, en nada me sirven.. Sé que es aquí donde debería aparecer en mitad de la noche en su casa y montar una escena romántica, irresistiblemente pasional o lastimosamente trágica. Aquí es donde debería escribirle mails de carillas enteras nunca destinados a ser enviados, y aquí, donde en un impulso de medio segundo elegir "enviar", para 3 milésimas de segundo después, arrepentirme. Aquí es donde debería cortarme los dedos cada noche evitando acercarme al teléfono, para finalmente no soportar más y marcar su número casi involuntariamente. Conozco la historia, conozco mi papel. Simplemente... no puedo, no me sale, o mejor dicho, me sale mal. Me sale patéticamente mal.
Ayer lo ví, hablamos de la inmortalidad del cangrejo, me fui. En la esquina de su casa, un lamentable semaforo en rojo, me hizo frenar. Vacilante volví. Otra vez el insoportable silencio de ascensor. En su presencia, ya no tenía que decir. Solo sabía que no quería irme, que quería que me abrace como cuando me consolaba, que me acaricie el pelo, no importaba lo que pasara después. Pero no tenía palabras, lo seguía queriendo tímidamente, lo seguía queriendo entre líneas, sin espectáculos, sin mostraciones, lo seguía queriendo (,) simplemente.
Pero eso ya no servía ahora. Solo pude esbozar algunas palabras entrecortadas, que entre vueltas y rizos, solo querían preguntar por qué. Él volvió a poner play a su discurso memorizado, aunque esta vez con algunos fallidos que me contaron tristes verdades.
"Me voy" dije, sin más energías. El silencio del ascensor, esta vez, afectó mi enojo, y solo pude entre susurros reprocharle lo contradictorio de una lágrima que permanecía inmóvil en su mejilla.
Odio llorar a plena luz del día, entre desconocidos, y bajo anteojos que no me permiten taparme los ojos. Esta vez el semaforo no me hizo vacilar. En la esquina el 29 que se acercaba. Mi manía idiota de corroborar tener el celular conmigo a cada rato. Mis bolsillos interminables. Mi fracasada búsqueda y mi desesperación. El 29 que pasa de largo. El timbre otra vez.
Por lo menos puedo decir que mi inconciente me empuja al lugar que me corresponde, y sin embargo, no es suficiente. Solo valió un roce de manos y un "gracias" que odié ceder.
3 pm de tarde definidamente gris, subí al 29 con destino a hundirme en la nostalgia de viejos videos y fotos que había encontrado esa misma mañana. Al llegar a casa, las lagrimas ya habían secado. Otra vez, tampoco me atreví. Otra vez, solo me quedé con un inútil querer entre líneas.

jueves, 22 de septiembre de 2011

De tibiezas y trincheras

La primera idea fue hacer un blog de cine. Escribir sobre películas, sobre mis películas. A quién quiero engañar? Necesito hablar de él. Otra vez? Ok. Necesito hablar de mi, y gozar un poco al menos en este papel de víctima (lo único que me dejó al dejarme). Sí, ya fue, te lo digo: me dejó. Aunque haya pasado un mes repitiendo "fue de acuerdo mutuo" a todas las personas que quisieron saber indignadas "pero cómo!!??", en momentos en que hubiera preferido tener menos amigos.

Después de una cómoda adolescencia burguesa en la que traté de llenar mis horas con las más exóticas, trágicas y románticas historias de amor (para compensar un poco mi falta de falta), lo conocí. Por supuesto que mordí el anzuelo por la misma vertiente. Un poco de misterio, alguna locura entre medio, visitas secretas, y al final, me embaucó: era de los normalitos.
Llegó justo. Era hora... 20 años. el lugar de segunda infravalorado por amigas moralistas. Era hora de "sentar cabeza".

Dicho y hecho. Mi cabeza se sentó en la silla principal, comodamente, desplazando a mi corazón, si quieren un poco de cursilería, o a mi cuerpo, si quieren un poco de verdad. Y disimuladamente, como quien no quiere la cosa, fue ganando terreno. Chau tragedia. Chau Manuel Mandeb. Chau Dolina. Chau Laura. Nada costó el amor. Lo amaba cómodamente. Amor de trinchera, según Martín. Lindo, suave, estable. Cotidiano. Que fea la palabra cotidiano para adjetivar un amor... Talvez sean excluyentes, y ese sea el problema. La vida pasaba cálida, entre épocas de fuego y de hielo, en general... tibia.

La gran pregunta es: Qué pasa cuando un amor de estos se termina? Es la primera vez que lo enfrento, y la incomodidad es enorme. Como quien quiere imitar reacciones que sirvieron en otras épocas y lugares, lo primero que intenté fue aturdirme con Radiohead y Cranberries para descongestionarme de lagrimas. No fue lo que esperaba... Lloré, sí. Pero... dónde está ese sentimiento de no querer levantarme de la cama nunca más en mi vida, de los 15 años cuando ese novio bajito me cagó? Ya no apareció. Dónde está ese masoquismo de hundirme en las fotos viejas? No me atrevería...
Optimista? No. Todo es peor. Todo es desconcierto. Todo es tibio hasta en la angustia.

Y a pesar de todo, lo extraño. Lo extraño sin nostalgia. Lo extraño en futuro.