martes, 11 de octubre de 2011

Dos rollos y más.

El día de la repartija, él me dejó mil rollos, pero estos dos en concreto. Me los dejó posiblemente sin saberlo, pero en fin... me los dejó.




La historia es esta:


Un día desempolvamos las analógicas. La mia no funcionó, la de él sí. Junto con ella aparecieron 2 rollos en cajitas. Uno viejo: él no recordaba qué tenía. Uno vacío. (No sé ni una puta palabra de la jerga de la fotografía, con lo cual, no pidan demasiado). Usamos el vacío, nos sacamos 36 fotos en blanco y negro. En mi cabeza se veían hermosas. Yo quería revelarlas como contactos en el localito de los chinos a la vuelta de casa. Pero, un día, las dos cajitas negras sobre la cómoda, alguna estupidez en mi cabeza, y mis manos inquietas que abren una. Nunca supimos cual de los dos se veló. Como con otras cosas, el tiempo pasó, pasó y pasó, y ahí quedaron los rollos.
Hoy los miro y miro. Hay días en que la rutina me arrastra, mi casa se llena de gente, el tiempo pasa inexplicablemente más rápido, o simplemente estoy de buen humor. Pero hay otros días, en general los grises -y mi ánimo no entiende de cursilerías- en que algo me tienta a hundirme en la nostalgia. Pienso en los chinos, pienso en los rollos. Pienso en él.
La cuestión es... revelar o no revelar?

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